domingo, 21 de noviembre de 2010

CAUSAS Y ANÁLISIS SOCIAL DE LA AGRESIVIDAD

Un análisis de las causas de la agresividad debe tener en cuenta aquellos factores de riesgo que los estudios sobre violencia de la sociedad apuntan como aspectos importantes para el desarrollo agresivo del individuo. Se muestra los elementos exteriores a la escuela que, aunque decisivos en la formación de los rasgos de personalidad de los alumnos, se mantienen lejanos a la acción directa y controlada dentro de la institución escolar. Estos son: contexto social, características familiares y medios de comunicación. Por otro lado tenemos elementos endógenos o de contacto directo dentro de la escuela que podemos y debemos tratar, al prevenir y responder a actos violentos o conflictivos dentro de nuestras escuelas; éstos son: clima escolar, relaciones interpersonales, rasgos personales de los alumnos en conflicto. Agentes exógenos a la propia escuela


ANÁLISIS SOCIAL



La sociedad actual y su estructura social con grandes bolsas de pobreza y desempleo favorece contextos sociales donde es más propicio un ambiente de agresividad, delincuencia y actitudes antisociales. También es verdad que la propia estructura social y sus principios competitivos en firme contraste con una precaria oferta de empleo y desarrollo personal del joven propicia actitudes violentas. Sabemos que la violencia no afecta a todos por igual: son los niños, las mujeres y los marginados aquellos que más sufren sus secuelas. En su indefensión pueden ser objeto de rechazo, pobreza y agresiones de toda índole. En edad adolescente el niño
maltratado, no querido, desvinculado de los apegos y seguridades que otros niños poseen se proyectará en muchas ocasiones en conductas antisociales. Existe una responsabilidad social de mejorar la calidad de vida de nuestros muchachos en situación de riesgo y desamparo. Esta responsabilidad ha de ser compartida por diferentes instituciones sociales, siendo la escuela una de ellas. También otros .ámbitos de desarrollo social intervienen en la escalada o desescalada de los factores de riesgo o de protección de nuestros jóvenes. Los aspectos sociales que destacan como impulsores de la agresividad son: los medios de comunicación, la estructura social y educativa, las características de los ecosistemas en los que residen los adolescentes, el status socioeconómico, el estrés social provocado por el desempleo y el aislamiento social (Melendo,

1997) 
Y añadimos dos tendencias claras en el seno de nuestra sociedad: los sucedáneos de placer tales como la droga, el alcohol, los deportes de masas (fútbol, baloncesto, etc.), con hinchadas de jóvenes fanáticos y violentos que en algunos sectores configuran una forma de vida con sus propios valores y modos de proceder-, y las tendencias políticas extremistas que postulan la diferencia, la separación, el racismo y la xenofobia, el nacionalismo a ultranza, etc. La escuela se instrumentaliza como antídoto para esta avalancha de fenómenos sociales, pero no es la única respuesta a esta problemática. De hecho, el papel de modelado alternativo a las injusticias sociales que puede simbolizar la escuela se ve continuamente inhibido por la
realidad vital  del niño en su entorno social y familiar. Es la confluencia de múltiples acciones (asistencia social, asistencia sanitaria, juzgados de menores, educadores de calle, etc.) las que, combinadas con la tarea de la escuela, podrían aportar una mejora en las carencias de un sector de nuestros niños y niñas. La escuela no puede ni tiene la obligación de asumir en solitario la responsabilidad de educar a nuestros jóvenes y menos en un mundo donde la información y los valores se fraguan en la misma estructura de la sociedad. 


MEDIOS DE COMUNICACIÓN
Los medios de comunicación están siendo cuestionados como primer canalizador de la información. La violencia televisiva es una opción del propio medio. La selección de mensajes violentos o su sustitución por mensajes de índole no agresiva y más humana es en última instancia una decisión de las propias cadenas de televisión. Los niños recogen el impacto de sus imágenes directamente, a la escuela sólo le queda la posibilidad de ayudarles a discernir sobre el mensaje mediático y sobre todo a ser críticos con la información que se comunica en dicho medio.
Se han realizado estudios sobre la violencia tanto de las imágenes de la televisión en escenas ficticias de alta violencia física (Pearl, 1987; Eron, 1982) como en situaciones de dolor real (guerras, asesinatos en vivo, accidentes, etc.). En ambos casos los niños y adolescentes se hacen insensibles al estado personal del otro, del que sufre la agresión, del que padece la guerra. Igualmente se plantean situaciones moralmente dudosas donde se puede leer entre líneas el mensaje claro de que se «utiliza la fuerza para tener razón» (Dot, 1984). La violencia se muestra asociada al poder y a la consecución de los deseos. No existen, sin embargo, unas conclusiones científicas claras sobre las repercusiones de una alta exposición a situaciones violentas a través de la televisión en los niños. Muchos de los estudios se centran en los contenidos y frecuencia de imágenes violentas que se pueden ver en el transcurso de un día en la televisión. Es precisamente en los espacios infantiles donde más actos violentos suelen aparecer, lo cual no deja de ser significativo. Sólo parece haber consenso científico en que los niños que discuten con adultos sobre los contenidos agresivos y reflexionan
sobre alternativas a dichas acciones consiguen un efecto antagónico a dichas conductas. El mensaje mediático de los medios de comunicación, y muy especialmente la televisión, sobre nuestros niños/as y sobre la población en general nos impele a pensar que proporciona una interpretación de la realidad que a los ojos de la audiencia se plasma como realidad global y objetiva. La televisión actúa sobre la opinión pública (Sánchez Moro, 1996) como conformadora de conciencia, orientadora de conducta y deformadora de la realidad.
Presenta la violencia como algo inmediato, cotidiano y frecuente. Los más violentos tienen la capacidad de ganar, de erigirse por encima de los demás, y esas acciones se encuentran centradas en la realidad de la acción, son el mundo tal cuales. A pesar de ello, mantenemos que las secuencias violentas de los programas de televisión tienen un deber moral para con sus espectadores dado que:
•La televisión es el primer proveedor de información y transmisor de valores.
• Promueve inmediatez y cercanía de los hechos violentos, hasta convertirlos en «cotidianos».
• Mantiene un modelado pasivo de la violencia como medio d resolver conflictos y adquirir el poder.


Un gran debate se ha abierto en el seno de nuestra sociedad sobre la televisión como dispositivo manipulador de las vidas íntimas de las personas. La proliferación de la denominada «telebasura» donde se recuentan y enajenan las miserias humanas está creando por una parte una pasividad y permisividad de conductas indignas de cualquier ser humano, y por otro lado una alerta ciudadana a posibles horrores que les pueden suceder. Esto es percibido y vivido por nuestros muchachos alterando su conciencia moral.


FAMILIA
La familia es el primer modelo de socialización de nuestros niños y niñas. El desarrollo personal del individuo se nutre de los primeros afectos y vínculos maternos/paternos. Ella es sin duda un elemento clave en la génesis de las conductas agresivas de nuestros jóvenes y es ella la que genera amores y desamores que redundarán, en la edad adulta, en ciudadanos ajustados a las normas de convivencia de una sociedad o ciudadanos al borde del límite y con difícil integración social.
La familia y la escuela están presentes en todos nuestros niños/as. Independientemente del tipo de familia en el que se crece, todo individuo pasa por esta institución social. En caso de desamparo es la asistencia social en sus diferentes variedades quien suple dicha carencia, pero todo individuo crece en contacto con otros seres que con más o menos acierto le alimentan y le ayudan a crecer. La familia es un elemento fundamental para entender el carácter peculiar del niño agresivo con conductas antisociales o conflictivas. La escuela suple en cierta forma los aspectos que un núcleo familiar no puede albergar, también supone el ensanchamiento del
mundo cercano de nuestros niños, sus primeras experiencias fuera del contexto protegido de su familia. En definitiva, familia y escuela son los principales agentes socializadores y educativos de nuestra población infantil y por ende con mayor peso y responsabilidad. Gran cantidad de la literatura y estudios que se han realizado investigan la influencia familiar en el niño agresivo y en situación de riesgo (Harris y Reid, 1981; Patterson, DeBaryshe y Ramsay, 1989; Morton, 1987).


Por lo que podemos considerar que los siguientes aspectos familiares son factores de riesgo para la agresividad de los niños y adolescentes: 
• La desestructuración de la familia, cuyos roles tradicionales son cuestionados por la ausencia de uno de los progenitores o por falta de atención.
• Los malos tratos y el modelado violento dentro del seno de la familia, donde el niño aprende a resolver los conflictos a través del daño físico o la agresión verbal.
• Los modelados familiares mediante los que se aprende que el poder se ejerce siendo el más fuerte, con falta de negociación y diálogo.
• Los métodos de crianza, con prácticas excesivamente laxa o inconsistente, o a la inversa restrictiva y en algunos casos excesivamente punitiva.
• La falta de afecto entre cónyuges con ausencia de seguridad y cariño, lo que provoca conflictividad familiar.
Agentes endógenos


ESCUELA
Factores internos de la propia institución también favorecen la agresividad, puesto que el propio estamento escuela presupone un formato y unos principios básicos de socialización. Esta socialización se efectúa basada en un principio de equidad, y esta equidad intenta igualar las discrepancias y diferencias dentro de la sociedad. A la vez la escuela se fundamenta en una jerarquización y organización interna que en sí misma alberga distensión y conflicto. Sin entrar en la polémica del formato de escuela que se da en nuestra sociedad, consideramos que los rasgos más significativos que comportan un germen de agresividad son:
• La crisis de valores de la propia escuela, donde la dificultad de aunar referentes comunes por parte de los profesores y comunidad educativa, además de la necesidad de aclarar dudas críticas tales como ¿para qué la escuela, ¿qué finalidades persigue la escolarización obligatoria?, ¿qué valores son esenciales e imprescindibles para toda persona? y ¿cuál es el papel que debe cumplir la educación en el gran entramado social?, provocan una disparidad de respuestas y puntos de vista diferentes. 
• Las discrepancias entre las formas de distribución de espacios, de organización de tiempos, de pautas de comportamiento los contenidos basados en objetivos de creatividad y experimentación, incoherentes con su contexto de aula.
• El énfasis en los rendimientos del alumno con respecto a un listón de nivel con poca atención individualizada a cada caso concreto y, en última instancia, con la necesidad de incluir su progreso académico dentro de los marcos de la norma. Esto produce fracaso escolar, lo que representa fracaso social para el adolescente.
• La discrepancia de valores culturales distintos a los estipulados por la institución escolar en grupos étnicos o religiosos específicos.
• Los roles del profesor y del alumno, que suponen un grado o nivel superior y otro inferior, creando una asimetría con problemas de comunicación real. 
• Las dimensiones de la escuela y el elevado número de alumnos que impide una atención individualizada al sumergirse en una masificación donde el individuo no llega a crear vínculos afectivos y personales con adultos del centro. Aquí incluimos la alta ratio de las clases en las que el profesor se siente impotente ante el exceso de necesidades que demanda su labor.

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